«Biblioteca. Bibliovacaciones en barco» PRIMERAS NOTICIAS Núm 79 (novembre 1987)

 

¡Qué manera de llover! Desde hace una semana estamos así.

Agua y más agua que cae suave y rítmicamente. Sentado delante de mi mesa de trabajo frente a la ventana, la veo bajar y oigo claramente su música acompasada. Me siento un tanto sitiado, suerte que estoy a cobijo y calentito y que tengo todo lo que necesito, mis discos, mis libros, sobretodo mis libros, gracias a ellos atravieso las paredes de mi habitación y me sitúo allá donde la intención del autor y mi imaginación quieren llevarme. Viajar con libros ha sido mi descubrimiento veraniego. Todo empezó en mi querida biblioteca a finales de junio…

 

Había acabado ya el instituto y fui a devolver algunos «libros de trabajo» que me habían ayudado a preparar el examen de literatura. Dentro de la sala había una actividad febril, bastantes niños y niñas revolvían y hojeaban libros como si buscaran algo muy difícil de encontrar.

De repente, uno de ellos, con el libro abierto se dirigió hacia Margarita y le dijo:

-¿Qué te parece? ¿Y los colores? ¿Es suficientemente lejano? Claro que en barco…

 

¡Qué galimatías! colores, lejos, barco. Las preguntas no ligaban y por si fuera poco, ¿Qué hacían aquellas pinturas y pinceles sobre la mesa de lectura? ¿Qué significaba todo aquello?.

 

Ante la duda no hay como una buena pregunta; eso sí, en voz bajita.

-Margarita, ¿qué pasa aquí?.

-Estamos preparando un viaje -respondió.

-¿Colectivo? -dije yo sonriendo. ¿Desde cuándo las bibliotecas hacen de agencia de viajes?.

 

Me miró sugerentemente, como si estuviera deseando explicarme un divertido secreto.

-Hacemos un viaje colectivo. ¡Y tan colectivo!, seremos alrededor de 2.000 o 3.000 personas -en este punto de la conversación temí que se hubiese trastocado- e iremos a casi 30 países diferentes.

 

Mi cara debía ser un fiel reflejo de mis pensamientos, que eran de un total desconcierto, por lo que Margarita añadió:

-Carlos, no me mires así, viajaremos todos juntos pero individualmente, ¿me sigues? Con la fuerza de la imaginación y con la ayuda de los libros. ¿Ahora sí me has entendido?

Suspiré aliviado y contesté:

-Magnífico, explícame más detalles, venga…

 

Me puso al corriente de todo: lo que los niños buscaban eran libros de países a los que les gustaría viajar para después intentar plasmar, cada uno a su manera y con la ayuda de los pinceles y pinturas algún paisaje o monumento del lugar escogido en las ventanas de la biblioteca. Éstas serían las ventanas del barco y los libros se dejarían debajo del dibujo, sobre las estanterías, para que se pudieran consultar. Del hueco interior del primer piso caerían las redes -para pescar lectores pensé yo-, el timón se colocaría en la escalera que conduce al piso de arriba y en la sala de abajo estaría el mar, papeles de celofana de colores harían de algas y multitud de peces diferentes compartirían las lecturas de los «clientes» más pequeños.

 

No pude contenerme y se me escapó un…

-¡Eso sí que es tener imaginación! ¡Mi capitana!

 

A Margarita se le escapó una carcajada con sordina, claro, y continuó:

-Eso no es todo, además haremos una fiesta el día que el barco zarpe. Mira, fíjate en la guía de lectura, queremos que sea así, en forma de barco también.

 

Las lecturas de los más pequeños (l1) estarán repartidas dentro de una barquita de remos, las del (l2) en un barco de vela, las del (l3), que ya leen con más fuerza, en un remolcador y para los mayores, los jóvenes como tú, los JN, en un transatlántico. El día de la fiesta haremos un desfile de libros, como un pase de modelos vaya, por cada barco habrá un capitán y para cada libro un marinero; cada capitán escogerá su tripulación de entre el público, que estarán preparados de antemano, y luego presentarán los libros. ¿Qué te parece? Oye, ahora que lo pienso, tú serías un buen capitán de transatlántico, qué, ¿te apuntas?.

 

No pude ni quise negarme, la fiesta sería a finales de junio, el instituto ya había acabado y realmente me apetecía, se lo diría también a Isabel y así conocería a otros lectores de la biblioteca con los que ahora compartía libros y silencio pero sólo esto.

 

-Margarita, ¿puedo también ayudar a buscar y escoger los libros para el transatlántico? Ahora ya sé manejar los catálogos, ponme a prueba, no te defraudaré, o podría también traer ayuda, una compañera, ¿de acuerdo?.

-Será Isabel ¿no?, de acuerdo, hasta mañana.

 

Por la mañana, bastante puntuales, nos colocamos delante de los catálogos. Habíamos decidido ya el plan de ataque: Isabel buscaría en el de TÍTULOS todos los que empezaran por viaje, isla, vacaciones, buque o barco… yo escudriñaría el de MATERIALES, el alfabético y también empezaría por viajes o islas o… los libros de lectura eran los que necesitábamos, ellos serían capaces de trasladarnos y hacernos vivir las aventuras más apasionantes sólo colocándonos en la piel de los protagonistas. Y empezamos la búsqueda.

 

-Ya tengo uno- dije al cabo de un momento: Los viajes de Gulliver / Jonathan Swift. Valencia: Alfredo Ortells, 1981.

-Y yo otro- cantó casi de inmediato Isabel: El misterio de la Isla de Tokland / Joan Manuel Gisbert. Madrid: Espasa-Calpe, 1982.

Y otro de islas -añadió.

La isla de los delfines azules / Scott O’Dell. Barcelona: Noguer, 1980.

 

Y así fueron saliendo de los catálogos uno tras otro, los hallazgos fueron rápidamente apuntados en una lista y casi sin darnos cuenta llegó la una, la hora de cerrar. Nos miramos satisfechos, habíamos encontrado muchos, ahora sólo faltaba la manera de unirlos. Salimos con Margarita y comentándolo encontramos la solución: primero los viajes maravillosos, luego los que ocurrieron en islas lejanas, en el tercer grupo los libros en los que el mar nos mece, y por último los del futuro, sí, hacia el futuro. Decidimos que quedaría muy bien terminar con los de ciencia-ficción, ¡los viajes a las estrellas son tan soñadores!

Podríamos poner:

 

Cheyenes 6112 / C.Grenier y W.Camus

Madrid:SM, 1980.

 

Retorno de las estrellas / Stanislav Lew

Barcelona: Bruguera 1980.

 

P.H.1 A Copernic/Montserrat Galicia.

Barcelona: Laia, 1984.

 

Ahora sólo faltaba pasarla a máquina, pero esto ya se encargaría Margarita…

 

-¡Carlos! ¿Se puede saber qué haces con la nariz chafada contra los cristales? ¿No ves cómo los has puesto? Siempre con la cabeza en otra parte, pareces un chicuelo.

 

Aterrizaje forzoso.

-Mamá, no alborotes tanto. ¡Es que uno no puede ya estar tranquilo ni en su habitación! No te enfades, ya limpiaré el cristal, y no refunfuñes tanto que te volverás vieja antes de tiempo. 

Ya está, ya me ha dejado solo otra vez, la ventaja de estos viajes es que uno puede despegar y aterrizar en cualquier instante y a la velocidad de la luz como mínimo. ¡La fiesta! La fiesta fue extraordinaria, hubo papel de WC y todo el ritual habitual del desatraque en los muelles, los deseos del buen viaje se cumplieron, nuestro barco navegó todo el verano, subieron a bordo más de 2.000 personas y los compañeros de viaje, los libros, no nos defraudaron en absoluto. Y lo más importante es que los que vivimos la experiencia no la olvidaremos nunca y que a partir del descubrimiento estamos dispuestos a viajar en carro, en autobús, en tren, siempre que al final del viaje encontremos unos buenos libros que nos trasladen al lugar en el que las horas son segundos y en el que nuestro cuerpo es capaz de todo sin mover ni un músculo. Y es que con la ayuda de ellos todo es posible.

Bibliovacaciones en barco

Biblioteca de Carlos Gomez por Mercè Escardó i Bas

A:  Primeras Noticias – Any 1987

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