«Bibliotecofobia» PRIMERAS NOTÍCIAS. núm.71/72 (desembre 1986)

No sé cuántas horas llevaba delante de aquella gran puerta, hacía rato que había  que había perdido la noción del tiempo. Interiormente esperaba a encontrar una tontería lo que me había llevado a plantarme delante de ella.

 

Cada vez que una persona traspasaba su dintel y se perdía en el interior de la casa, yo me decía:

-Ahora voy, ahora sí que entro.

Así una y otra vez.

 

La primera en entrar había sido una viejecita de pelo canoso y aspecto bonachón que había permanecido dentro poco menos de media hora; luego, una pareja muy acaramelada que aún no había salido y, poco después, dos chavales de mi edad que venían armando jarana y que antes de entrar se habían recomendado silencio, -Shhttt- con un elocuente gesto y su actitud había cambiado tan de repente que hacía que todo me pareciera aún más inexplicable.

 

Todo tipo de gente había desfilado ante mis ojos incrédulos, gente menuda y no tan menuda, amas de casa, un soldado, un punky de pelo verde y un sacerdote. ¿Qué misterio había tras esa dichosa puerta que interesaba a tantas personas y tan diferentes?.

 

El edificio por fuera no me daba pista alguna, no era demasiado diferente a los demás, la puerta grande, los amplios ventanales eran comunes en el barrio en el que me encontraba y el rótulo que con grandes letras colgaba de la pared, tampoco me ayudaba mucho, la palabra BIBLIOTECA, era para mi totalmente desconocida.

 

La hora de pasar a la acción había llegado, en este mundo todo tiene un límite, los ánimos que al principio sentía iban quedándose a cero, por tanto pensé en ponerme una condición y para mis adentros me dije:

-Si una chica con pecas, trenzas y delantal rosa, de esas que sólo salen en los cuentos de cuando yo era chico, entra, yo también lo haré.

Acababa de formular mentalmente la frase y al abrir los ojos…

Allí estaba ella, con su cartera y todo lo demás, parecía ricitos de oro, la de los tres osos, ¡qué jugada! ahora ya no me quedaba más remedio que cumplir lo dicho, así que…

Empujé suavemente la puerta, muy poquito a poco mis ávidos ojos recorrieron todo lo que en una tímida ojeada pudieron abarcar, la luz era tenue, pequeñas lámparas iluminaban algunas mesas, no todas estaban encendidas, sólo las que estaban ocupadas, las personas que estaban sentadas delante de ellas no hacían ningún ruido, LEÍAN en silencio, eso era, había dejado de oír las bocinas, los frenazos, todos los ruidos de la calle habían desaparecido, con el dorso de la mano aparté las gotitas de sudor que perlaban mi frente, e intenté sosegarme.

-Lo he conseguido, he atravesado la puerta, ya estoy dentro.

Respiré hondo.

Cautelosamente y con pasos pequeños me aparté de la zona de circulación. Lindante a la puerta habían unas estanterías con libros bastante gruesos, arriba un cartel decía:

SECCIÓN DE CONSULTA, OBRAS DE REFERENCIA

Consulta, consultar era lo que necesitaba, necesitaba saber dónde me había metido pero sólo pensar en preguntárselo a alguien y romper el silencio me hacía un nudo en la garganta. Lentamente saqué un libro. Como el título indicaba era un diccionario de lengua, afanosamente busqué:

-B, ba, bi, bib, biblioteca, ya la había encontrado, leí atentamente.

-Biblioteca: F. local donde se tiene gran número de libros, para su lectura.

Vaya noticia, eso ya lo había deducido yo al primer vistazo, muchos libros para leer, pero de quién eran esos libros, cómo se hacía para poderlos coger, cómo saber donde encontrar el que precisamente se quería hacer servir, las incógnitas en vez de reducirse, aumentaban. Había de continuar investigando.

Un poco más a la izquierda vi un libro más grande, había varios del mismo color por lo que deduje, que pertenecían a la misma obra, era una enciclopedia, volví a buscar la palabra BIBLIOTECA, caramba, aquí sí que ponía más cosas. Leí atentamente y me fui enterando no tan sólo de lo que quería decir la palabra, sino también de la historia de las bibliotecas y hasta de cuántos volúmenes tenían las más importantes del mundo.

 

Una risita, con sordina claro está, me sacó de mi ensimismamiento, al fondo dos jovencitas estaban siendo avisadas por una señora-señorita que con gesto silencioso les indicó que recobraran la compostura. La curiosidad me hizo levantarme y sentarme a su lado. ¿Qué debían leer?.

Por encima del hombro de una de ellas, vi que era un libro pequeñito con bastantes dibujos, se titulaba EL SECUESTRO DE LA BIBLIOTECARIA, ¿bibliotecaria? la palabra venía de la biblioteca, bibliotecaria, claro, sería la señora-señorita que había recomendado silencio a mis vecinas de mesa; la busqué con la mirada, estaba de pie detrás de una especie de mostrador y parecía que jugaba a las cartas con unas fichas de color amarillo que intercambiaba con un grupo de persona que le mostraban unos libros.

 

-¿Tan importante es esta señora-señorita para la biblioteca, para el ayuntamiento, tanto como para que la secuestren?.

De reojo volví a mirar a mis compañeras y vi como la risa intentaba varias veces más escaparse de sus labios, una de ellas se levantó y se llevó el libro con ella, -¡Qué fastidio!- pensé, realmente me habían cogido ganas de leerlo, claro que podía volver otro día, ahora me sería ya más fácil, pero aún no sabía como hacer para encontrarlo entre tantos libros, intentaría averiguarlo.

 

Me levanté poco a poco, cogí la silla fuertemente para evitar que sus patas no hicieran ni el más mínimo y empecé a caminar despacio…

 

Estantes y más estantes, libros y más libros y cómics, -¡Cómics, con lo que me gustan!.

 

Estaban todos juntos como esperando que alguien los cogiera y este alguien podría ser yo, ¿por qué no? los dedos como pinzas sujetaron con fuerza el lomo de un libro, miré a derecha e izquierda, nadie estaba pendiente de mí, ¿sonaría alguna alarma cuando sacara el libro del estante? no, no hay que asustarse, no recordaba haber oido ninguno en todo el rato que llevaba allí dentro, pero yo soy novato ¿Y si se ha de hacer de una forma determinada?.

 

Lentamente fui sacando el libro, ya está, vuelta a mirar a derecha e izquierda, todo seguía igual, nadie se miraba.

-Charlie Brown! ¡estoy de suerte, mi héroe preferido! «Doctor Limus», empecé a ojearlo y a leerlo sin orden, un poco de aquí un poco de allá y de pronto…

-¡Sorpresa! ¿Qué hace Linus? ¿Qué dice que tiene? ¿Bibliotecofobia?.

 

Continué leyendo con deleite

y ahora era a mi al que se le escapaba la risa, el pequeño Linus intentando perder el miedo a las bibliotecas y convertirse en un buen lector, hasta quería llevarse libros a casa. ¿Pero eso se puede hacer?.

 

Las luces empezaron a apagarse, la hora de cerrar había llegado, todo el mundo silenciosamente, cómo no, iba dejando los libros sobre las mesas y saliendo del local. No me quedaba otra opción que la de hacer lo mismo, aunque a disgusto, empezaba a sentirme a gusto allí, pero ahora estaba seguro de querer volver otra vez a aquel lugar, empezaba a comprender porque tanta gente se sentía atraída hacia él.

 

El próximo día no perdería tanto tiempo fuera, entraría enseguida y continuaría haciendo averiguaciones. Estaba realmente ansioso por hacerlo.

 Bibliotecofobia

 Mercè Escardó i Bas  

A: Primeras Noticias – Nº71/72 – desembre 1986.p..30-31

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