«Biblioteca: una palabra con olor, sabor y saber» PALABRAS POR LA BIBLIOTECA. Consejería de Cultura Castilla la Mancha. (Madrid 2004)

 

Me llamo Julia y tengo seis añ0s.

 

Ya sé escribir mi nombre y leer con esa letra hecha de palotes aunque también estoy aprendiendo a hacerlo con esa otra que parece un hilo que se enreda y se desenreda a voluntad del que escribe.

 

Dicen que a mi eso de las bibliotecas me viene de lejos, de cuando aún nadaba en las aguas, a veces tranquilas a veces revueltas, de ese líquido que me era mar en la barriga de mi madre.

 

Dicen que estaba tan bien allí que no quise salir cuando me tocaba.

 

Mi madre me llevaba con ella a todas partes cuando hacía lentamente los caminos diarios: llevar a mis hermanos al cole, ir al trabajo, a casa a comer, la tarde de los cuentos a la biblioteca, a casa de nuevo y así uno y otro día durante nueve meses y un pico que no llegaba a su fin.

 

Pero una tarde, en la «Taula Camilla» -que para los que no sepáis catalán quiere decir mesa camilla- junto con otras familias, una voz dulce y tranquila, que yo ya conocía de otras veces, contó un cuento para mi, se llama Beijos , yo no puedo explicarme el porqué, soy aún demasiado pequeña y quizás siempre lo seré para encontrar una respuesta de esas «científicas» para este tipo de preguntas, supe que era el momento de salir.

 

Y por eso y por muchas cosas más sé lo que es ese lugar al que voy con mi familia que se llama y se escribe así: Biblioteca.

 

Y alguien me ha pedido que lo cuente, se ve que es un lugar tan y tan especial que aunque personas serias, y no tan serias, intentan llenarlo de significado siempre se quedan cortas.

 

Para mí, biblioteca es tocar, oler, sabor y saber. También escuchar y sobretodo ver.

 

Entra por el oído y por la nariz sigilosamente, se cuela entre la piel a ritmo de caricias, las de mi madre que me tiene en brazos y pasea sus dedos sobre mi piel mientras nos sumergimos en las imágenes de los libros cuando en ella estamos, calor suave, brisa abierta…

 

Sé que soy una niña con suerte. Mi madre nos cuenta cuentos, nos ayuda a pasar las páginas de los libros, nos ayuda a mirar los dibujos, y a descifrar esas hileras de hormigas, que ahora ya sé que se llaman palabras.

 

Sé también que soy afortunada de tener una pequeña biblioteca pública en mi barrio, que además es para y de los niños.

 

Con sus libros preciosos, bien escogidos y ordenados para que encontremos lo que buscamos: perros, gatos, elefantes…

 

En orden y limpia, llena de luz y con olor a fresa que mezclado con el de los libros es un olor que debe pertenecer a esos cuentos llenos de desiertos y princesas que hacen soñar a mi hermana mayor.

 

Sé que no es fácil controlar que esa burbuja llamada Bebeteca, la cuna de los que leemos mirando y escuchando, no se rompa, hay niños chillones y mamás y papás que actúan como si estuvieran en un parque y no en la biblioteca. Pero ahí están las bibliotecarias hablando suavemente, pero hablando mucho, con ellos y con los que llegan despistados.

 

Conseguir ese pequeño microclima no es fácil, hace falta un espacio, libros, profesionales y mucho amor y pasión.

 

Dicen que hay lugares en los que las bibliotecas son cestos y mantas, cajas de cartón y libros muy, muy gastados y que es en ellas dónde esos dos ingredientes, amor y pasión, han de ser cultivados y repartidos en dosis máximas.

 

Y es que como todos los niños somos iguales, todos tendríamos que disfrutar de ese privilegio que yo tengo. Así dejaría de serlo y se convertiría en una cosa de cada día, habitual en la vida de todos los niños.

 

A veces está también Eric, su papá ya había disfrutado de este lugar cuando era pequeño, por eso los días que sale pronto del trabajo lo comparte con su hijo.

 

A veces él y yo cogemos el mismo libro y los dos decimos estirando cada uno hacia si: «¡Es mío!»

 

Y es verdad, es de cada uno de nosotros pero nos es un poco complicado aún poner en práctica eso de «mío, tuyo y de todos» . Estamos en ello.

 

Mis padres comentan que él y yo, cuando crezcamos, habremos tenido los mismos amigos, habitado esos lugares y vivido esas aventuras que se esconden en los libros, y sin saberlo, o con un poco de suerte quizás sí, seremos cómplices de vida.

 

Él y yo y muchos niños más habremos encontrado rutas en esos mapas que se esconden en los estantes de las bibliotecas, conviviendo y compartiendo nuestras lecturas y gracias a ellas seremos conscientes de nuestra realidad y capaces de intentar cambiarla.

 

Sé, se lo he oído decir a los mayores en esas charlas de la biblioteca, que los cuentos son semillas que crecen en nuestros corazones y que leer nos ayuda a ser mejores personas, así que sí todos queremos un mundo mejor ¿cómo es que no se ayuda a que las bibliotecas florezcan por las esquinas como las flores en primavera?.

 

Yo me pregunto: ¿Tan caros son los libros? ¿Tan difícil es encontrar personas amables que quieran ser bibliotecarios de los niños? ¿Tanto dinero vale mantener esos raros y comunes lugares llamados bibliotecas?.

 

El otro día a una muchacha que iba cogida de la mano de un chico se le humedecieron los ojos al verme y oí que decía: «Yo era tan pequeña como ella la primera vez que entré aquí. Lo ves, no exageraba cuando te decía que era un lugar mágico»…

 

Oí que había venido a pasar las Navidades a casa y lo primero que hizo fue llevar a su amor de lejos a la biblioteca.

 

Si estos lugares son capaces de crear esos lazos entre los que los habitamos, aunque sea en ese espacio y tiempo tan difícil de medir que nos proporciona la lectura de sus libros, ¿cómo es que no se les ayuda a crecer y se les declara espacios protegidos para siempre jamás?.

 

Creo que esta pregunta no puedo contestarla. La dejo ahí por si alguien se atreve a hacerlo por mi o, quizás mejor, les pediré a las hadas y a los duendes que viven en mi biblioteca que la recojan y la susurren a los oídos de esos que sí deberían preguntárselo y contestarla, ya que ellos tienen el poder y el deber de hacer realidad la respuesta.

 

Añadidos de la bibliotecaria. Ya se sabe, los mayores siempre quieren decir la última.

 

Julia es una de los cientos de niños que han descubierto el sabor y el olor de la biblioteca gracias a su inquieta y alternativa familia que sabe fomentar el apego a través de los cuentos.

 

Taula Camilla es el espacio familiar de la Biblioteca Infantil i Juvenil de Can Butjosa (Parets del Vallès).

 

Beijos es un libro, de origen inglés, que en la biblioteca tenemos editado en Brasil y que ahora se ha editado en castellano:

Manushkin, Fran; Ronald Himler, il. ¡Sal, Bebé! Barcelona, RqueR, 2002.

 

Bebeteca, véase y léase, si se quiere claro:

B: bebetecas/ Mercè Escardó i Bas. p.p. 8/10.

En: Educación y Biblioteca. nº 100 (abril 1999).

 

Cuando habla de su amigo Eric utiliza el concepto de convivencia y vivencias comunes que nos proporciona la lectura y que está recogido en: Escardó i Bas, Mercè. La biblioteca un espacio de convivencia. Anaya, 2003.

 

Freire dice, aunque Julia no lo sabe aún, que «Educación es el proceso para llegar a ser críticamente consciente de la propia realidad, de tal forma que induzca a una acción eficaz sobre esta».

 

Supongo que Julia se refiere a lo que dice Cristinne Nostlinger en el Manifiesto del Día Internacional del Libro Infantil (1985) «la lectura es una invitación a ir más lejos; los libros te ayudarán a saber por qué motivo debes gritar fuerte, por qué causa debes luchar, de quién debes ponerte al lado y por dónde se puede comenzar a cambiar las cosas. Los libros te pueden ayudar como nadie puede hacerlo».

 

Respecto a la protección de esos espacios mágicos que son bibliotecas es muy conveniente no olvidar la destrucción de la Biblioteca Nacional de Sarajevo el año 1992.

 

Mercè Escardó i Bas. Bibliotecaria de Can Butjosa, Parets del Vallès, Barcelona

 Biblioteca: una palabra con olor, sabor y saber .

A: Palabras por la biblioteca.

Madrid: Consejería de Cultura Castilla la Mancha

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